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Por: Padre Alberto Ignacio González

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Solemnidad de San Juan Bautista: Is 49, 1-6; 2, 23-24; Sal 138; Hch 13, 22-26; Lc 1, 57-66.80.

Hace poco me encontraba en el Hard Rock Café de Ponce y me atiende una joven mesera de nombre “Tsunami.” Ella rápido se percató de mi cara de asombro y me contó que su padre la nombró así porque ella nació para el tiempo que ocurrió el maremoto en Nicaragua en el año 1992, ola que arropa toda una ciudad y causa graves daños. Esos fenómenos se conocían como “maremotos” pero sonaba muy bonita la palabra “Tsunami,” de origen japonés, que significa “ola que entra a la bahía.”

En las Sagradas Escrituras se puede palpar la importancia de un nombre, pues el nombre define la identidad y la misión de una persona. Hoy, de una manera particular, le tocaba al Sumo Sacerdote Zacarías darle el nombre a su hijo primogénito durante la circumcisión. Para sorpresa de todos, le pone el nombre de “Juan,” nombre dado por Dios a través del Arcángel Gabriel.

Del hebreo “Yôhānnān”, significa “Dios es misericordioso o piadoso.” Esto como signo de las bendiciones que Dios va a derramar sobre su Pueblo a través de la misión que Juan llevará a cabo. Ya de por sí tuvo misericordia con su madre Isabel, pues era una mujer estéril y Dios mostró favor en ella. Pero Dios lo ha separado del resto de los hombres para una misión especial, y por eso el Espíritu lo lleva al desierto para fortalecerse en ese mismo Espíritu para anunciar el arrepentimiento.

Lucas nos recuerda en los Hechos de los Apóstoles cómo el plan de Dios se fue dando por etapas. Para eso utiliza la figura del Rey David y de Juan el Bautista. Asi como el Rey David consolidó las tribus de Israel en una dinastía que nos llevó al Mesías, Juan es el que llevará a todos los pueblos al Mesías para así cumplir la promesa del Rey David, la promesa del Mesías que nos llevará a la “plenitud de los tiempos”. El Reino de Dios se va a manifestar en todo su esplendor.

Isaías, en el Segundo Cántico de la Profecía del “Siervo Sufriente”, identifica a ese siervo como “La Luz de las Naciones”, pues aunque se habla de que la misión de este siervo será reagrupar las tribus de Israel que quedaron dispersadas a consecuencia del pecado, ya el mensaje de salvación por parte de Dios es accesible a todo hombre y mujer de buena voluntad. Dios hará grandes obras por virtud de este siervo que Isaías no identifica, pero luego Juan el Bautista lo señalará como “El Cordero de Dios.”

Juan es ese puente entre “la antigua era” y “la nueva era,” la era donde se da el plan de salvación de Dios. A diferencia de Juan, nosotros ya vivimos en esa era de salvación, pues ya Cristo ganó la batalla contra el pecado y la muerte en la cruz. Por eso, no importa como te llames: “Tsunami”, “Rosario”, “Coronilla” o “Escapulario”, por virtud de nuestro bautismo estamos llamados a señalar y guiar a un pueblo hacia el que Juan señaló: “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del Mundo”.

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