Santo Tomás Moro decía que una sociedad sin Dios es una condenada a desmoronarse. Si los franceses de Ars hubieran leído los libros de Santo Tomás Moro, hubieran sido un pueblo muy distinto del que encontró San Juan María Vianney a su llegada. Un pueblo hundido en una pobreza extrema y una miseria que los llevó a entregarse a los vicios del mundo. Prostíbulos y bares de mala muerte eran los negocios que abundaban en ese pueblo. Yo sé que alguna vez has oído la pregunta: “si Dios existe, ¿por qué permite que haya tanta miseria en nuestro pueblo?”. Esa es la pregunta normal de alguien que no ha visto lo obvio: que la miseria de su pueblo muy probablemente se debe a que Dios NO está allí. No porque no exista, sino porque el pueblo no le deja entrar.
Cuando San Juan María Vianney entró al pueblo de Ars para ser el párroco de su Iglesia, la gente le hacía esa misma pregunta. La respuesta era obvia para el Santo, al ver cómo ellos vivían tan anestesiados por una vida de “baile, botella y baraja”. Pero como es mejor educar con el ejemplo, el Santo se puso como meta demostrarle al pueblo TODO lo que podían lograr si viraban su mirada a Dios. Ahora, el camino no fue fácil.
A principio, el pueblo rechazaba el mensaje de amor a Dios del Cura de Ars. Solo UNA persona iba a Misa. Y a la mala querían botarlo del pueblo, a nivel de hasta querer achacarle un asesinato. Pero qué mala suerte la del asesino, que fue visto por un familiar de la víctima. El asesino confiaba en que el familiar no hablaría, porque era MUDO. Pero Dios se manifestó milagrosamente, e hizo al mudo hablar… y testificó que la acusación contra el Santo era falsa. Ahí el pueblo se afincó y dijo: “Espera… déjenlo quieto, que hay algo especial en este cura.”
Y lo que el pueblo no sabía era que el Santo hacía penitencia diaria por su conversión. Ese hombre, con todo y lo flaco y débil que era, se sometía a sacrificios físicos que nos dejarían a cualquiera de nosotros con el cuerpo desbaratado. Se acostaba en el piso o encima de ramas duras, usando como almohada un tronco, y a veces hasta una piedra. Dormía menos de 4 horas diarias para dedicar sus días a escuchar confesiones por más de 16 horas corridas. Se sometió a una dieta estricta… ¡solo de papas! Tenía luchas físicas con Satanás cada vez que se manifestaba para decirle al Santo que se fuera del pueblo. Llegó hasta a arrancarse los dientes para conseguir dinero para construir un orfanato… el Santo hacía cosas que hoy yo me pregunto quién sería capaz de hacerlas. Y esas penitencias personales y oraciones (con la ayudita de Santa Filomena) fueron obrando milagros de sanaciones de enfermos e importantes cambios de vida para los que se convertían. Todo para que el pueblo entendiera que en Dios estaba la solución a su miseria.
Pronto la gente comenzó a ir a Misa de nuevo y el Santo les decía de revivir la actividad comercial enfocada en la agricultura. Les hablaba de proyectos de desarrollo económico, alejados de los vicios, que se podrían elaborar para mejorar las condiciones económicas del pueblo. Poco a poco, el pueblo fue escuchando. Se comenzaron a trabajar las tierras nuevamente, y pronto nuevos productos alimenticios estaban disponibles para la venta. La nueva oferta de productos atrajo a compradores de otros pueblos. Tras la insistencia del Santo de abandonar los vicios, los bares fueron cerrando y cafeterías comenzaron a abrir… siendo muy exitosas porque a ellas los visitantes acudían a comer. El cierre de los bares, junto con el nuevo enfoque económico, hizo que surgieran más y mejores empleos. Así que los mendigos comenzaron a trabajar nuevamente, y la indigencia fue disminuyendo. Y pronto el pueblo entendió que su miseria realmente no era económica, sino espiritual.
Ars pasó de ser un pueblo miserable y perdido a uno de auto-gestión, prosperidad y alegría. Los milagros aumentaban. Y sin querer, San Juan María Vianney se convirtió en una celebridad, atrayendo a muchísimos visitantes y peregrinos de toda Europa. El Santo tomó su nuevo status de fama con mucha cautela, porque quería que la gente se enfocara en su propia conversión espiritual… no en él. Y Dios, con la ayuda de su amiga divina, Santa Filomena, continuó manifestándose en un pueblo que hoy sigue celebrando su pasar por la tierra.
Hoy, en el Día de San Juan María Vianney, tenemos que sentarnos a preguntarnos: “¿mi miseria, es material… o es espiritual?” Puede que una fuerte reflexión te lleve a darte con una gran sorpresa.
***Tip adicional: Visita la única reliquia permanente que existe del Santo en Puerto Rico: en la Parroquia San Juan María Vianney en Guaynabo (https://bit.ly/2T3mcul)... ¡y pendientes, que la semana que viene es la celebración de Santa Filomena!