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Por: Padre Alberto Ignacio González

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XI Domingo de Tiempo Ordinario: Ez 17, 22-24; Sal 91; 2 Co 5, 6-10; Mc 4, 16-24.

Nunca olvido en el año 2005 cuando la agencia de modelaje internacional “Ford Models Agency” vino a Puerto Rico a llevar a cabo un concurso para seleccionar a una sola chica con la intención de darle la oportunidad de desarrollarse en la mencionada industria. La ganadora resultó ser una adolescente que no llamaba mucho la atención. Esto debido a que el agente buscaba una joven sin experiencia y que ellos pudieran desarrollar, contrario a una que estuviera ya desarrollada y con vasta experiencia.

Jesús hoy utiliza la imagen de la semilla para describir un aspecto del Reino de Dios. Sabemos que una semilla, en sí misma, parece algo insignificante, pero al plantarla y nutrirla con agua y abono tiene un potencial de crecimiento. Es evidente que este crecimiento no se logra de la noche a la mañana, pero después que uno haga su parte, la semilla crece por sí sola de manera misteriosa. Por este mismo misterio, el agricultor pone su confianza en el curso de la naturaleza, no en sí mismo.

Por otro lado, Jesús exagera un poco la imagen con la intención de que entendamos el mensaje. La semilla de mostaza no es la semilla más pequeña, ni el árbol que crece es el más grande de todos. Pero con esto nos dice que esa semilla tiene la capacidad de florecer un arbusto que da buena sombra y capaz de que las aves aniden y puedan albergar. Hay una potencialidad en la semilla de sacar un gran fruto de ella. La semilla crece sola, el agricultor solo hace su parte.

El Profeta Ezequiel hace alusión a esto cuando profetiza un oráculo de salvación usando la imagen de una débil rama. Eventualmente esa rama será plantada y de ella se sacará un gran árbol, capaz de ser un espacio donde aniden todo tipo de aves. Con esta imagen se nos explica como Dios mostrará su trascendencia bendiciendo a su Pueblo en momentos de dificultad. Dios es capaz de, por su fuerza, hacer grandes maravillas aun ante la caida de su Pueblo a consecuencia del pecado.

De esta manera aprendemos que el Reino de Dios se manifiesta de manera gradual. Asi como la semilla de mostaza necesita años para desarrollarse como un noble arbusto, la integridad moral de la persona humana se desarrolla de manera gradual. Al plantarle la semilla de la fe, los frutos se verán poco a poco con la ayuda de Dios. Esas etapas de crecimiento en la fe se dasarrollan en nuestro itinerario de vida critiana y el proceso es uno de toda la vida.

Ya vimos como un agente de modelos es capaz de identificar el potencial de una dama que, aunque de apariencia ordinaria, es capaz de brillar en una pasarela. De la misma manera ocurre en nuestra vida cristiana. Todo hombre y mujer de buena voluntad, una vez se le planta la semilla de la fe, se puede convertir quisás en un gran santo. Solo nos toca rezar por ellos y acompañarlos en el camino. De esa forma no ponemos la confianza en nosotros mismos, sino en el Espíritu Santo, aquel que nos da los frutos.

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