Por: Padre Alberto Ignacio González
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Domingo de Pentecostés:
Hch 2, 1-11; Sal 103; 1 Co 12, 3b-7.12-13; Jn 20, 19-23.
Todos sabemos que la actividad física nos ayuda a tener una buena salud. El ejercicio no solo impacta la salud física sino que impacta la salud mental. El corazón bombea sangre y provoca que esa sangre se oxigene, evita el desarrollo de coágulos en la sangre, fortalece los músculos, reduce la grasa y acelera el metabolismo. Por otro lado, el cuerpo produce endorfinas, hormonas que producen felicidad en la persona. No hay duda que un cuerpo saludable es un cuerpo que se mueve.
Hoy nos encontramos con dos manifestaciones del Espíritu Santo; una ante un soplo de aliento y la otra mediante lenguas de fuego. Ambas manifestaciones tienen un envío misionero que se manifiesta con el poder de perdonar los pecados y con el don de lenguas, el cual nos invita a transmitir el contenido de la fe. Estos movimientos no solamente llevan a recrear la creación corrupta por el pecado, sino que invitan a unificar y a sumar lo que en un momento fue fraccionado y destruido.
La acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia manifiesta una unidad y una complejidad en medio de la diversidad. Esto significa que la unidad no es sinónimo de uniformidad. Cada función del órgano de un cuerpo, por más compleja que pueda parecer, no trabaja para beneficio del mismo órgano, sino para beneficio de todo el cuerpo. Es por eso que cada carisma que el Espíritu Santo le regala a la Iglesia, con sus respectivos ministerios, es para beneficio de toda la Iglesia.
Hoy, Día de Pentecostés, momento en que el plan de salvación de Dios llega a su conclusión con la venida del Espíritu Santo sobre nosotros, somos testigos del poder de Dios que transforma al mundo. Con ese poder de Dios, el don de lenguas fluye, los carismas y ministerios causan inundaciones, las puertas cerradas se abren, y se unifica y fortalece el Cuerpo Místico de Cristo. Además, con el perdón de los pecados, se establece un Reino de justicia y paz verdadera.
Por tanto, así como un cuerpo saludable es un cuerpo que se mueve, una Iglesia saludable es una Iglesia que se mueve. La Iglesia, por naturaleza divina, es carismática y necesita serlo para poder moverse. Así como un corazón bombea sangre y produce oxigenación cuando un cuerpo se mueve, la gracia de Dios fluye cuando la Iglesia está en movimiento y la oxigenación del Espíritu Santo se da en el ejercicio del ministerio que ponen esos carismas a dar los frutos.
El Papa Francisco una vez nos dijo que cuando una Iglesia no camina, entiéndase, no se mueve, se desmorona como un castillo de arena. Yo le añado a esa frase que si la Iglesia no se mueve se forman los coágulos que impiden el flujo de la gracia de Dios. Un coágulo es una obstrucción, una obstrucción es un obstáculo, y un obstáculo divide. Es por eso que las divisiones tienen su origen en el pecado, y sus diferentes variantes. Está de todos nosotros, la comunidad de bautizados, abrazar la diversidad y la complejidad de los carismas y ministerios. Es ahí donde está la vida de la Iglesia.
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