Por: Padre Alberto Ignacio González
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II Domingo de Pascua: Hch 4, 32-35; Sal 117; 1 Jn 5, 1-6; Jn 20, 19-31.
Nunca olvidaré una de las visitas a hogares que hice en los tiempos que fungí como Administrador Parroquial de la Parroquia San Juan Bautista en Maricao. Este padre de familia me compartía la razón por la cual asistía a una iglesia pentecostal en otro pueblo. Era porque su hija, que conste que no era una "joyita", fue acogida en un momento de dificultad. Gracias a esa acogida, su hija pudo salir de los malos pasos y abrazar el camino de la fe, aunque con los hermanos separados.
Hoy nos encontramos ante un pasaje donde podemos apreciar el modelo de las primeras comunidades cristianas. Este modelo era el modelo del bien común. Los creyentes eran capaces de vender todos sus bienes y distribuirlos según las necesidades de cada uno. La fe en un Cristo resucitado en medio de ellos los llevaba a vivir en el “fin de los tiempos”, como si estuvieran en el Cielo pero en la Tierra. Era una realidad tangible, no algo idealizado, donde hasta un “no creyente” podía apreciar la belleza de la comunidad de fe.
Juan nos recuerda en su Primera Carta que el que ama a Dios, ama también a todo el que haya nacido de Dios. Con esto, el Apóstol nos señala que la fe y el amor no son solamente disposiciones en el corazón, sino que tienen que ser manifestadas. Como Hijos de Dios, estamos llamados a ser instrumentos de su amor al amar a nuestros hermanos. Es por ese amor hacia el hermano donde podemos encontrar, en sus necesidades, las mismas llagas de Cristo.
Fíjense como en el cuerpo resucitado y glorioso de nuestro Señor Jesucristo permanecen las llagas de la cruz y Él mismo invita a Tomás a que las toque. Aunque no sabemos si Tomás las toca o no, estamos seguros de que al verlas, reconoció que el Cristo resucitado y glorioso es el Hijo de Dios. La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, es la presencia tangible de un Cristo resucitado en medio de nosotros y es aquella que toca las llagas de Cristo cuando se identifica con las necesidades de los demás.
Hoy celebramos el Segundo Domingo de Pascua, conocido como el Domingo de la Misericordia, y es el que cierra la Octava de Pascua. Esta Solemnidad recibió un gran impulso por San Juan Pablo II en el año 2000. Su finalidad es promover que “Dios es misericordioso y nos ama a todos…y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a mi misericordia” (Diario, #723). Cuando la Iglesia toca las llagas de Cristo en el mundo, preside en el ejercicio de la misericordia de Dios.
No les niego que cuando el caballero que visité me confesó la situación de su hija, me invadió un sentimiento de tristeza. Me preguntaba el por qué, si recibió todos los Sacramentos de Iniciación Cristiana, nuestra Iglesia no fue capaz de tocar sus llagas y las llagas de su familia. La fe y el amor se manifiestan en acciones concretas de la forma más agradable a Dios. La Iglesia que preside en la misericordia de Dios es aquella que está dispuesta a tocar las llagas del mundo.
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