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Por: Padre Alberto Ignacio González

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Solemnidad de la Ascención del Señor: Hch 1, 1-11; Sal 46;
Ef 1, 17-23; Mc 16, 15-20.

La Iglesia se encuentra viviendo una gran crisis de fe. Esto se debe a que muchas veces se pierde de perspectiva la verdadera identidad y misión del Mesías. La tendencia es apostar a un mesianismo triunfalista político donde se utiliza a la Iglesia para adelantar agendas políticas e ideológicas, corriendo así el peligro de obtener lo que se desea apelando a una figura con poder que pueda resolver todos los problemas y, si no se obtiene o resuelve lo deseado, se busca otro líder.

Fíjense como los discípulos le preguntan a Jesús: “¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”. Es obvio que hacían esta pregunta refiriéndose a si serían liberados de la opresión de los romanos y regresarían a los tiempos de la “dinastía davídica”. ¡Qué decepcionante debió ser para Jesús el que, después de tres años de acompañamiento, no hayan entendido el significado de su Reino! Un reino que no es de este mundo y mucho menos de triunfalismos políticos.

Jesús, por última vez, les garantiza dos cosas y les da una encomienda. Les garantizó que les iba a mandar el Espíritu Santo y que, a través de ese mismo Espíritu, su presencia iba a estar garantizada hasta el fin del mundo, momento en que va a regresar. Por eso, les da la encomienda de hacer discípulos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad por virtud del bautismo, donde se recibe la plenitud del don del Espíritu Santo. Esta será la forma de reclutamiento para pertenecer a su Reino.

Luego de hacer estas últimas promesas, ascendió al Cielo por su propio poder y está sentado en el Trono de Dios en cuerpo y en alma. Con este acontecimiento somos testigos de que su triunfo no fue uno político, sino uno sobre el pecado y la muerte. Esto nos da la esperanza de salvación, de ser coherederos de su Reino y de que en los momentos de dificultad se puede pedir su interseción. Todo esto a través de su nuevo Cuerpo, la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo.

Hoy celebramos la Solemnidad de la Ascención del Señor. Este acontecimiento, no solo marca la entronización de Cristo ante Dios, sino la formación de un nuevo “Cuerpo de Cristo”, conformado por la comunidad de bautizados. A través de la Iglesia, Cristo mismo enseña, profetiza, perdona, cura y realiza milagros utilizándonos a nosotros como instrumentos de su amor. Esto es lo que fortalece y hace crecer el “Cuerpo de Cristo”.

Por tanto, el Reino de Dios es un reino de amor, no de triunfalismos políticos. La Iglesia siempre está presente en las periferias para purificar la consciencia de un pueblo. Siempre es la promotora de la esperanza de que vamos a recibir lo que nos fue prometido. El Espíritu Santo siempre es el motor de la Iglesia para que la Iglesia lleve amor donde no lo hay. Pero sobre todo, el Cuerpo de Cristo crece y se purifica hasta el momento de su segunda venida.

 

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