Por: Padre Alberto Ignacio González
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Viernes Santo: Is 52, 13 – 53, 12; Sal 31; Hb 4, 14-16. 5, 7-9; Jn 18, 1 – 19, 42.
“El perdón es ocupar el lugar del pecador para mostrarles el rostro de Cristo.”
San Maximiliano María Kolbe estuvo dispuesto a ocupar el lugar de otro para morir. Esto sucedió cuando era prisionero durante la Segunda Guerra Mundial en uno de los Campos de Concentración Auschwitz en Polonia. Resulta que un prisionero logró escaparse y, como castigo, la policía de la Gestapo decidió escoger 10 hombres al azar para morir de hambre encerrados en un almacén. Uno de los hombres seleccionados lloraba amargamente por su esposa e hijos, y el sacerdote franciscano decide ocupar su lugar.
San Maximiliano Kolbe
Hoy Jesús ocupa el lugar de los peores criminales del Imperio Romano. A estos criminales se les ejecutaba con una muerte en la cruz frente a todo el público presente como un signo de humillación y de autoridad. Jesús ocupa este lugar sin haber cometido ningún crimen, pero lo ocupa para hacer la voluntad de Dios y para que aquellos que sí cualificaban para ocupar el lugar de la cruz pudieran ser perdonados y no tuvieran que ocuparlo.
Con su muerte en la cruz, Él asume un rol mediador entre Dios y nosotros los pecadores. La Carta a los Hebreos nos explica la naturaleza de ese rol a la luz de los sumos sacerdotes de la Antigua Alianza cuando entraban al “Sancto Sanctorum,” el lugar más santo del Templo de Jerusalén el “Día de Expiación.” En este día el sumo sacerdote, como mediador entre Dios y el pueblo, regaba sangre de cordero por el altar para el perdón de los pecados de todo el pueblo.
Al Cristo ocupar el lugar de la cruz, la cruz viene siendo el nuevo altar del sacrificio y su sangre viene siendo la sangre del verdadero “Cordero de Dios,” el que quita el pecado del mundo. El nuevo “Sancto Sanctorum” viene siendo la plenitud del Reino de Dios. La consumación de ese único sacrificio lo hizo pasar la cortina del “Templo del Espíritu Santo” hacia la presencia de Dios. Por eso el autor nos recuerda que este gesto de obediencia a Dios nos sirve como modelo de obediencia para obtener la salvación.
Isaías hoy en su cuarto y último cántico de la profesía del “Siervo Sufriente” nos expresa que este siervo sufrió en manos de otros de manera injusta, pero lo hizo a beneficio de los que lo ejecutaban. Por otro lado, el Profeta nos expresa que este siervo no mostró ninguna resistencia y se sometió al castigo de sus ejecutores. Es evidente que ante la incomprensión de este sufrimiento hay un valor salvífico detrás de ese sufrimiento. Por eso este siervo es exaltado en el trono de Dios.
Esa misma incomprensión la sufrió el Padre Kolbe en el almacén junto a otros nueve hombres. Pero su rol mediador fue el guiarlos a todos ellos en la oración y enseñarles a perdonar a los ejecutores. Como bautizados todos participamos del sacerdocio de Cristo. Nuestra mediación está en el perdón, que no es otra cosa que ocupar el lugar del pecador, por medio de la comprensión y compasión, para enseñarles el rostro misericordioso de Cristo, aquel que ocupó el lugar de nosotros los pecadores para perdonarnos de todos nuestros pecados.
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