Por: Padre Alberto Ignacio González
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Domingo de Pascua: Hch 10, 34a.37-43; Sal 117; 1 Co 5, 6b-8; Jn 20, 1-9.
Hace un año recordamos cuando el Gobierno de Puerto Rico declaró un cierre total a las actividades económicas del País, con la excepción de los servicios de primera necesidad. Hoy, un año más tarde, con apertura total a la economía, se habla de que hay tres vacunas disponibles en el mercado contra el COVID-19, vacunas que casi un tercio de la población ya ha recibo. Hay acciones que simplemente provocan que se cambie el curso de la historia humana.
Hoy Pedro se encuentra reunido con los Gentiles y les habla sobre un evento que cambió el curso de la historia humana. Se trata del ministerio salvífico de nuestro Señor Jesucristo. El Apóstol les habla sobre su resurrección, de la cual él fue testigo. Pero les explica el alcance universal que ese evento tuvo. No hay duda de que Pedro fue transformado por este evento, y por eso les explica que el evento nos convierte en nueva creación, del pecado a la gracia de Dios.
Por eso Pablo le recuerda a la comunidad de Corinto a que renunciemos a la vieja levadura del pecado. Para ello utiliza la levadura que se le induce al pan como signo de corrupción. Cuando se induce levadura eventualmente el pan va a expirar si no se come. El pecado nos corrompe y la gracia de Dios nos restaura. Vivir en Cristo y en su resurrección es renuciando a la levadura que hace que expiremos y abrazando una vida basada en la práctica de las virtudes.
Celebramos hoy el Domingo de Pascua de Resurrección. Aunque es evidente que María Magdalena, Pedro y el discípulo amado no entienden el misterio de la tumba vacía, no hay duda que el evento cambió el curso de la historia humana. La pregunta que debemos plantearnos es si hemos permitido que ese cambio cambie nuestra propia historia y si hemos permitido que el misterio de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo cambie la dirección que tomamos.
Todos conocemos la historia de la Pascua. No hay duda de que todos sabemos que Cristo murió en la cruz, que fue sepultado, que resucitó al tercer día, que perdonó nuestros pecados y que nos dio una promesa de vida eterna. Pero... cuando miramos la tumba vacía, ¿vemos un signo de muerte o un signo de resurrección y nueva vida? Es evidente que nadie va a una tumba buscando vida. Con más razón no hay duda de que el misterio de la Pascua cambió nuestra historia humana.
Nunca olvido el año pasado cuando un día mi madre me preguntó cómo me sentía. Recuerdo que le dije que me sentía feliz. Ella me preguntó cómo era eso posible, con tantas personas muriendo de COVID-19. Solo le pude contestar que la gracia de Dios me hace feliz independientemente de lo que estuviera pasando. Con virus o sin virus, es la gracia de Dios que fluye de su resurrección la que verdaderamente cambió el curso de la historia humana. Esto porque nos cumple con la promesa de salvación.
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