Por: Padre Alberto Ignacio González
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Domingo de la Solemnidad de la Santísima Trinidad: Dt 4, 32-34.39-40; Sal 32; Rm 8, 14-17; Mt 28, 16-20.
El filósofo Aristóteles nos decía que el proceso de conocimiento siempre comienza por los sentidos. Entiéndase que hay que ver, escuchar, tocar, oler y gustar. Pero, por otro lado, enfatiza que no se trata de una simple percepción, sino de una colección de percepciones. Es de ahí que podemos hacer juicios particulares y adquirir lo que llamamos “experiencia.” Por ejemplo, la repetida percepción de la luz del “día,” o la experiencia del “día,” nos ayuda a adquirir el conocimiento de la “noche.”
Las lecturas de hoy nos presentan una síntesis de lo que fue el plan de salvación de Dios. Primero escuchamos a Moíses recordandole al Pueblo de Israel las maravillas que Dios ha hecho por ellos, a nivel de sacarlos de la esclavitud de Egipto. Dios no solo trata a su Pueblo de manera personal, sino que trasciende y es capaz de cambiar el curso de la Historia. Por eso los exhorta a que sean fieles a la Alianza entre Dios y el Pueblo.
Por su parte, Jesús, con el poder que viene de Dios, lleva a cabo un envío misionero a los apóstoles para recrear a toda la creación de Dios por las aguas del bautismo. Esto, no solo para dar continuidad al plan de Dios, sino para convertirnos en instrumentos de su presencia en el Mundo. Esto se da cuando garantiza su presencia en medio de nosotros hasta el día de su Segunda Venida. Esto solo se logra por la acción del Espíritu Santo en medio de nosotros.
Es por eso que Pablo en su Carta a los Romanos nos deja saber que tenemos el privilegio de ser Hijos de Dios. Esto no se trata solamente siguiendo unos preceptos y la obediencia a la ley, como quisás les exhortaba Moisés, sino que el Espíritu Santo es una realidad divina que nos hace Hijos de Dios por adopción. Este mismo Espíritu procede del Padre y del Hijo, tal y como lo decimos en el Credo. Pero, además, nos hace ser testigos de Cristo y de las verdades de fe reveladas.
En resumen, escuchamos una colección de experiencias de Dios. Por estas experiencias sabemos que Dios es personal, que interviene en la Historia Humana, que perdona nuestros pecados, que quiere que nos salvemos, que revelemos esas verdades de fe a los que no lo conocen y que el Hijo y el Espíritu Santo nos asisten para que esa experiencia de Dios que tuvieron el Pueblo de Israel y los apóstoles sea también nuestra propia experiencia de Dios.
Hoy, Domingo de la Santísima Trinidad, celebramos el misterio central de nuestra vida cristiana. El Padre, Hijo y Espíritu Santo no solo representan un dogma de fe sino la experiencia de Dios en nuestras vidas. A Dios lo tocamos, lo vemos, lo escuchamos, lo olemos y lo gustamos por medio de los sacramentos y la vida de la Iglesia. Es nuestra experiencia de Dios porque por medio de esos remedios medicinales, Dios sigue recreándonos, salvándonos y sosteniéndonos hasta su Segunda Venida.
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