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Por: Padre Alberto Ignacio González

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Domingo de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo: Ex 24, 3-8; Sal 115; Hb 9, 11-15; Mc 14, 12-16.22-26.

Fíjense como las “relaciones de sangre” tienen un gran peso en nuestras vidas. Cuando uno está emparentado en una misma linea de sangre, no solo son las relaciones que uno más valora, en la mayoría de los casos, pero esas relaciones tienen unas implicaciones sociales y legales. Se espera que ames y seas leal a tus padres, tus hermanos, tus tíos y tus abuelos. Por otro lado, hay una linea de sucesión en los casos de herencia ante el fallecimiento de un ser querido.

Una de las palabras que cobra mayor relevancia en las lecturas de hoy es la palabra “sangre.” Moisés se encuentra hoy ante el Pueblo de Israel en medio de un acto litúrgico. Este acto cuenta con un “ritual de palabra” y un “ritual de sangre.” Luego de la lectura de los Diez Mandamientos, acompañada con el compromiso del Pueblo a cumplirlos, se sacrifica un cordero y se riega la mitad de la sangre en el altar y la otra mitad en el Pueblo. La sangre es un signo de vida y la alianza cobra vida con sangre.

La sangre sobre el altar va primero porque el altar es signo de la presencia de Dios y es Dios quien inicia esa alianza. Luego se pasa sobre los presentes como signo de cumplimiento de la alianza. Pero, a diferencia de la sangre del cordero, Cristo mismo derramó su sangre en la cruz y con esa sangre estableció una nueva alianza con su Pueblo. Su sacrificio en a cruz sirvió para el perdón de nuestros pecados y su nueva alianza nos hace coherederos de su Reino.

Jesús, con el mismo amor e iniciativa de Dios, invita a sus discípulos a compartir una comida. Compartir una comida juntos, en los tiempos de Jesús, era un signo de intimidad y quien estuviera en tu mesa era signo que esa persona es importante para ti. Pero no es cualquier comida, sino que los invita a comer su propia carne y su propia sangre como memorial de su amor por nosotros. Jesús mismo es el que inicia, dirige, da órdenes y asume el salón que le prestaron como suyo.

No hay duda que la sangre del cordero derramada sobre el altar, la sangre de Cristo derramada en la cruz y la sangre de Cristo que consumimos en la mesa, son signos de la relación entre Dios y nosotros. Dios mismo nos convierte en sus “hijos de sangre” y pasamos a ser “hermanos de Cristo” y “hermanos entre nosotros mismos” por virtud de esa misma sangre. Es en la misma mesa del altar que nos reune como una gran familia para que recordemos su amor por nosotros.

Hoy, día de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, concienciamos sobre el significado de la Eucaristía. Del griego “eucharistein,” que significa “dar gracias,” reciprocamos a Dios el amor que nos tiene. Dios nos eligió, derramó la sangre de su hijo para el perdón de los pecados, nos abrió las puertas del cielo y nos da un banquete para que, de manera gloriosa, vivamos la gloria de su Reino en el presente. Damos gracia a Dios porque somos “sus hijos de sangre” y “herederos del Cielo.”

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