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Por: Padre Alberto Ignacio González

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V Domingo de Pascua: Hch 9, 26-31; Sal 21; 1 Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8.

Si hay algo bueno que ha traído el virus del COVID-19 a las parroquias es que, sin querer, se han formado los “comités de acogida”. Estos van desde quien te toma la temperatura, quien te hecha alcohol desinfectante, quien anota tu información en la lista de contactos, hasta quien te acomoda en el banco guardando el debido distanciamiento físico. La Iglesia ha podido capitalizar, como extensión de Cristo en la Tierra, en fomentar la cultura del encuentro entre personas.

Hoy Pablo se encuentra en medio de la Iglesia Primitiva que, desde sus orígenes, se distinguía por su diversidad. La Asamblea Litúrgica estaba compuesta por personas de Jerusalén, Judea, Galilea, Samaria y Damasco. Allí estaban aquellos que conocieron a Jesús en persona y otros conversos por las predicaciones de los apóstoles. También estaban aquellos que venían de la tradición judía y otros procedentes de los gentiles.

Aunque al principio dudaban de la autenticidad de la conversión de Pablo, Bernabé fue capaz de interceder por él y lo acogen como uno más de la comunidad. Los hermanos en la fe terminan abrazando la diversidad por el mismo poder del Cristo resucitado que se extiende al mundo entero. Cuando los judíos de lengua griega quisieron hacerle daño, la misma comunidad de fe fue capaz de protegerlo. Con ello, pudieron seguir predicando al Cristo resucitado que unifica una comunidad.

Juan, por su parte, escribe su Primera Carta en medio de una división interna en la comunidad que le tocó pastorear. Estas divisiones eran caracterizadas por falsos mesianismos que creaban pequeños grupos de seguidores. El Apóstol nos manifiesta que la autenticidad de la comunidad se manifiesta en su fe en Jesucristo y en las obras de caridad hacia los hermanos. Esto es lo que a fin de cuentas agrada a Dios.

Es por eso que Jesús hoy nos presenta la imagen de la vid y los sarmientos para ilustrarnos la realidad de la Iglesia. Jesús es la verdadera vid y nosotros, la comunidad de bautizados, los sarmientos. La comunidad que permanece unida a la vid vive y actúa en nombre de Jesucristo y no en nombre propio. Si actúa en nombre propio será como esa rama seca que se arranca del árbol al no dar el fruto. La gracia de Dios, por virtud de Jesucristo y en unión con el Espíritu Santo, es la que da los frutos.

La Iglesia está llamada a fomentar la unión abrazando la diversidad. La diversidad no es sinónimo de división. El hermano que tenemos a nuestro lado es un bautizado que, al igual que nosotros, forma parte del Cuerpo Místico de Cristo. Los chismes, murmuraciones y calumnias a nuestros hermanos que abrazan carismas distintos a los nuestros, a cambio de buscar protagonismos, desprende a la comunidad de la verdadera vid. Cristo, lamentablemente, pasa a ser un segundo plano. En la diversidad de carismas abracemos el Espíritu de Dios que nos une. Es ahí que veremos los frutos.

 

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